sábado, 10 de julio de 2010

Jorge Arrate "El Sistema Transformó el Tener Esperanza en una Ridiculez"


www.mediapinta.cl.- El ex candidato presidencial analiza los primeros 3 meses del gobierno de Sebastián Piñera, la ruta de la Concertación hacia su debacle, su rol opositor, y el proceso que debe seguir la Izquierda para aumentar su arraigo social y electoral.

Candidato en las pasadas elecciones presidenciales en representación del pacto Juntos Podemos, Jorge Arrate, ex ministro de Allende, Aylwin y Frei Ruiz Tagle, ex embajador en Argentina, fue la expresión de la disidencia de los forjadores de la Concertación y pudo expresar de manera absolutamente libre sus postulados.

En amena y extensa conversación con Mediapinta.cl, con igual libertad y alejado del contubernio partidista, Arrate revisa la coyuntura nacional, el desarrollo del primer gobierno democrático de derecha en 50 años, la labor de la Concertación en la otra vereda, y las causas que él percibe para la pérdida de poder del conglomerado.

La Derecha en el Gobierno.

Los primeros tres meses del gobierno de Piñera y sus contingencias. Sus síntomas doctrinarios evidenciados en el discurso del 21 de mayo. Por qué la derecha y la Concertación no son la misma cosa son algunos de los tópicos con los que iniciamos la conversación con Jorge Arrate.

¿Cuál es su evaluación de estos primeros meses del gobierno de Piñera?

Pienso que es un periodo corto para evaluarlo. Pero no creo que lo que haya ocurrido en estos tres meses, y lo que ocurra a futuro, vaya a cambiar mi opinión de este gobierno. Yo tengo confianza en que Piñera va a cumplir con su programa. Tengo respeto por su palabra. Su programa es malo para Chile, y por lo tanto el gobierno es malo.

¿Qué opina de la labor de la oposición, hablando en general?

Cada gobierno tiene la oposición que se merece, y un mal gobierno tiene una mala oposición (risas). Bromas aparte, creo que la Concertación no logra armarse como oposición, entre otras razones porque Piñera, en su mensaje del 21 de mayo, tomó espacios históricos de la Concertación. El tema de la protección social, por ejemplo, era un emblema de la Concertación. Piñera hizo el gesto de anunciar la supresión del 7% a los pensionados, aunque sea a ocho años plazo; subió pensiones, está donando casas a los damnificados, de modo que copó esos espacios y también puso sus temas, como son la venta de los activos prescindibles, o el caso de las acciones de las sanitarias. Lo hace de manera cuidadosa, pues está actuando con mucha habilidad en el sentido de no dar zarpazos. Ahora el gobierno ha planteado estudiar la definición de empresa, que es una cuestión clave en las relaciones laborales porque es lo que impide la multiplicidad de RUT de las empresas.

A mi juicio, este gobierno hace más evidente la vergonzante debilidad de la Concertación, su vergonzosa timidez; terminó acostumbrándose en una especie de reflejo, autocontrolándose para nunca plantear algo que fuera a perturbar demasiado a la derecha.
A su juicio, ¿estos gestos se pueden considerar como un saludo a la bandera, o como acciones a seguir del gobierno en estos cuatro años?

Yo pienso que su estrategia seguirá lo que ha estado planteando, sumado a otros puntos. En algún momento determinado tendrá que jugársela por su programa. Por ejemplo el proyecto Hidroaysén, o el tema de la energía nuclear, o Codelco. Por algo ha nombrado como presidente de la empresa a una persona de gran experiencia técnica, la que ha obtenido como ejecutivo de las más grandes productoras transnacionales de cobre.

Pero yo no creo que Piñera vaya a representar un retroceso en materia social, entre otras razones porque no estamos demasiado avanzados en esa materia. Tenemos una legislación laboral que deja mucho que desear, un seguro de desempleo que es mínimo, un sistema de pensiones que es bajísimo. Lo que hacen es positivo, desde luego, y sin duda fue positivo lo que hizo Michelle Bachelet en el sentido de no permitir que las desigualdades alcancen niveles atroces.

Si hay una palabra que no está en el mensaje de Piñera del 21 de mayo es “desigualdad”, porque a la derecha no le interesa la desigualdad. Lo que le importa en términos sociales es que haya una red, un piso; que cuando alguien esté cayendo la red lo contenga para que no se estrelle. Esa red son los mínimos sociales. El ingreso mínimo familiar, que es de $ 250.000 para hogares de cinco personas en donde se suma todo lo que perciben, incluyendo las ayudas, los subsidios y bonos. O sea, son pocas las gentes en las cuales el Estado va a tener que poner algo adicional.

El Ministerio del Trabajo es el que más luces ha dado de sus proyectos. Está la modificación de las indemnizaciones, por ejemplo.

Yo creo que eso va ser muy difícil de hacer por parte de la derecha, ya que apoyar la supresión de las indemnizaciones tiene un costo muy alto para ellos y para algunos sectores de la Concertación. Van a tratar de buscar una fórmula para no dañar a quienes ya las tienen, y luego poder aplicarles el nuevo sistema a quienes recién se incorporan al mercado del trabajo.

Dentro de ese zigzagueo, o manejo estratégico que usted planteaba, puede inferirse que surgirán elementos doctrinarios propios de la derecha en materia de seguridad, o incluso a propósito de la reconstrucción nacional. ¿Ya se ve la aparición de una doctrina de este tipo?

Yo creo que es así, pero es algo que ya estaba señalado en su programa. No es una sorpresa lo que nos está planteando Piñera. Recuerden ustedes lo de la puerta giratoria, o los elogios a Carabineros del discurso del 21 de mayo, lo que es un gesto, particularmente cuando señala que es un delito muy grave el ofender a Carabineros. Esto ya lo representaban sus carteles de “Se acabó la fiesta”, o “Mano dura a los delincuentes”, porque la idea que existe al respecto es que la gente es mala; se piensa del fenómeno de la delincuencia que es un comportamiento patológico, cuando en realidad no lo es, como lo señaló ese gran analista social y político que se llama Marcelo Bielsa, cuando dijo: “Yo también me habría robado un televisor”.

En el discurso de 21 de mayo, al hablar de las políticas de seguridad, el presidente Piñera recalcó la eficiencia de la fuerza policial en las conmemoraciones del Día del Joven Combatiente y del 1º de Mayo. ¿Ese es un llamado de alerta a los movimientos sociales, para que se manifiesten?

Ellos siempre han tratado de imponer las reglas. Por ejemplo, que los bancos del parque o las ampolletas que se destruyen deban ser pagados por quien organiza la manifestación. Siempre han estado por responsabilizar al que convoca de lo que ocurre; incluso querían procesarlos penalmente si se producía alguna manifestación. Esto es parte de la doctrina y de la visión derechista; creo que eso es absolutamente esperable y representa una de las diferencias entre la derecha y la Concertación. A propósito de lo cual, pienso que es una simplificación extrema, una caricatura, cuando se dice que la derecha y la Concertación son lo mismo. Yo creo que son parecidos: los dos gestionan un sistema de libre mercado bastante extremo que no ponen en cuestión; los dos se han acomodado a él, uno con mucho gusto y el otro con más disgusto -pero un disgusto decreciente-; sino veamos el sistema binominal. Pero de todas formas son distintos. La Concertación, mal que mal, ha sido en Chile, durante 20 años, la que levantó junto con la izquierda una cierta defensa de los derechos de las personas. Y eso es valioso, sin duda.

Nuevos Tiempos Políticos.

Las posibilidades abiertas de reconfigurar el actual mapa político en Chile. El futuro de la Concertación, el potencial de la izquierda y la radical independencia del entrevistado.

Considerando que Piñera tiene que gobernar con la UDI, un partido con el cual, al parecer, no tiene una gran afinidad ideológica ni doctrinaria, ¿cuál es el factor político que usted le da a la DC durante el actual período presidencial?

Yo creo que hay distintos escenarios, uno de los cuales fue preanunciado por el senador Andrés Zaldívar entre la primera y la segunda vuelta. En realidad ninguna de estas cosas debiera sorprendernos, si realmente las hubiéramos pensado. Cuando durante la campaña dijimos que el triunfo de Piñera significaba el poder casi total para la derecha, ¡eso significaba! Ahora estamos viendo que es así.

Efectivamente, la concepción que lo inspira es la espina dorsal de la reconstrucción: el empresario como protagonista y el lucro como motivación principal; las instituciones públicas como las municipalidades, en un rol muy bajo; la organización de la gente en otro aún menor. Eso es así, pero no debe sorprendernos pues son cosas que ya están dichas. Volviendo a lo anterior, entre la primera y la segunda vuelta el senador Andrés Zaldívar señaló que él no veía viable que militantes democratacristianos trabajaran como funcionarios del gobierno de Piñera, al menos al comienzo. Eso está en una entrevista en CNN Chile.

Entonces, un escenario abierto da la posibilidad de que progresivamente se produzca un desplazamiento de fuerzas que tienda a configurar un centro-derecha real, y no lo que hoy conocemos como centro-derecha, que es simplemente derecha. Y que se busque dejar en un extremo a la UDI y en el otro a la izquierda, volviendo a los tres tercios tradicionales -el más grande de los cuales sería el centro. El otro escenario es que la Concertación sea capaz de mantenerse, y yo creo que no es algo que se pueda descartar, a pesar de que la Concertación, como esencia, ya no existe. Sólo sobrevive como forma, que es una forma importante porque se sostiene y a su vez sustenta la idea de volver al poder. Lo único que une a la Concertación es esta ansia de volver al gobierno. Eso es lo que la mantiene viva. Si no existiera esa posibilidad, no estaría unida. Por eso digo que su esencia -un proyecto-, ya no existe; lo que uno tiene que mirar es qué pasa con cada uno de los componentes.

Da la impresión de que la Concertación paso de un proyecto de país a un producto de marketing.

La Concertación se formó con un objetivo preciso: convertir a Chile en una democracia plena, con sus limitaciones y fortalezas. Ese proyecto nunca culminó, porque Chile no es hasta hoy una democracia como se debe, pero el proyecto significó para los socialistas las necesidades de aceptar las condiciones que ponía la Democracia Cristiana, lo que motivó la bifurcación de la izquierda. Más allá de la discusión de la renovación Socialista, o de la Unión Soviética -debates interesantes en su tiempo, que cruzaban el movimiento comunista internacional-, nunca nadie estuvo por excluir al PC. Yo no recuerdo a un socialista feliz con el hecho de que no estuvieran los comunistas, ni el resto de la izquierda. ¿Qué paso con la Concertación entonces? Que la exclusión de un sector de la izquierda se fue convirtiendo en un elemento permanente del conglomerado, casi de su esencia.

Ignacio Walker, candidato a la presidencia de la DC, planteó que no es partidario de abrir la Concertación a la izquierda. Ante eso, yo pregunto a quién se le ha ocurrido pensar que la izquierda quiere ser parte de la Concertación. ¿Para qué discuten tonteras, si la izquierda no quiere ser parte? Otra cosa es que la izquierda quiera participar en entendimientos, en acuerdos que permitan parar a la derecha, derrotarla. Pero decirle a la izquierda que ingrese a la Concertación es un deschavete.

Existe una interpretación que dice que el permanente intento de la DC de frenar cualquier tipo de apertura hacia la izquierda es una manera de evitar una fuga.

Hay algo razonable en eso. Un segmento de votación democratacristiana que fue educada en una visión anticomunista. Y la DC no quiere renunciar a ese espacio, ni cedérselo a la derecha. Hay que definir las coaliciones y las alianzas según cada circunstancia. Yo no sé por qué se les ha metido en la cabeza que el pacto tiene que seguir para siempre. Si uno dice que la Concertación tiene que terminarse, es como una herejía. ¿Por qué va a tener que seguir para siempre, si las coaliciones no se hacen de ese modo? Son entes históricos, como el PRI mexicano, o la DC italiana. Las coaliciones terminan, porque responden a ciertas circunstancias y a ciertas necesidades. Hoy por hoy debemos repensar el esquema de coaliciones, y yo estoy por reconstruir una izquierda que irrumpa con fuerza en la sociedad chilena. No estoy con alucinaciones, pero una izquierda que electoralmente represente a un diez o a un quince por ciento del país. Una izquierda que incida, que influya.

Una izquierda a la que se le sienta la mano.

Eso, exactamente.

A propósito de lo cual, la pasada campaña presidencial dejó en evidencia que la izquierda es una alternativa consistente, en la forma y en el fondo. ¿Cómo se trabaja esa imagen que quedó? ¿En el trabajo de base?

Yo creo que el terremoto nos interrumpió todos los cursos, generando una situación completamente distinta. La política hibernó un tiempo y está recién abriéndose. Pero indudablemente fue una tremenda desgracia, de una magnitud impresionante, y ha llevado tres meses sacársela un poco de la cabeza. A mediados de febrero, yo preparé un documento que se llama “Nuevos Tiempos Políticos”, que es una carta dirigida a mis partidarios en donde figuran mis planteamientos. Durante la campaña, dije que se debe configurar una izquierda más potente que la que tenemos. Más plena, abierta, heterogénea, crítica. Una izquierda que dé cuenta tanto de las realidades de los partidos como también de los movimientos sociales, y que incluso tenga espacios para personas que quieran participar del proceso. No estoy pensando en un pacto de partidos, sino que en una izquierda como se llamaba en la época allendista: el Movimiento Popular.

¿Más un pacto entre personas que entre partidos?

No llego a eso, porque es muy hiriente para los partidos. Pienso que no debemos caer en la división “partidos versus movimientos”, porque son discusiones que provocan confrontaciones internas, y lo que tenemos que hacer es permanecer unidos. Debemos juntarnos alrededor de bases programáticas mínimas, ocho o diez puntos, y que cada uno ejerza la política de la forma que mejor le parezca. A quienes les parezca que deben ser militantes de partidos, habrá que ayudarlos a que estos crezcan; para quienes prefieran permanecer independientes, deberá hacérseles un espacio. Los dirigentes sindicales, o trabajadores culturales, también deberán contar con el suyo. Hay que abrir la cabeza para concebir un movimiento popular que sea mucho más amplio, como un corral en donde conviven animales que no son de la misma especie. Eso es lo que creo que debemos hacer.

¿Eso en algún momento se dejó de lado? Hoy vemos a la UDI metida en las poblaciones. Con sus métodos, pero lo hizo. ¿Es algo que la izquierda dejó de hacer, o bien lo hace y no le funciona?

Yo tengo una impresión al respecto. Todavía no terminamos de dimensionar lo que significó la dictadura, porque el gran logro de ésta fue despojarnos de la esperanza. Cuando uno tiene esperanza conserva un patrimonio político espiritual; es un territorio que es de uno y no del adversario: el territorio de la esperanza. Creo que la dictadura, larga, dura, brutal, obligó a la izquierda a sobrevivir. Y liquidó esa esperanza. A eso se suman la serie de acontecimientos mundiales que transformaron el mundo a partir de la caída del Muro de Berlín, lo que a su vez desmoronó la esperanza socialista. Entonces creo que mucha gente se quedó sin ella y perdió un territorio, comenzando a vivir en un presentismo que es caldo de cultivo del clientelismo, del populismo en el mal sentido de la palabra. El aquí y el ahora.

El sistema transformó el tener esperanza en una ridiculez. Alguien que diga hoy que debemos organizar la sociedad de otra manera, que tenemos que vivir de otra forma, es mirado raro. El sistema logró naturalizar las desigualdades, la discriminación, su funcionamiento. Por lo tanto, si resulta natural, éste es el único sistema. Y hay que sacarle provecho lo más que se pueda.

La dictadura colocó a la UDI en las alcaldías por largos períodos en los cuales construyeron clientelas fuertes, y ese hecho ha sido –y es- muy difícil de revertir. La expectativa que tengo es que seamos capaces de hincarle el diente al fenómeno político más importante de este tiempo, y que nunca se menciona. Siempre estamos discutiendo que si la Concertación, o la Alianza por Chile, pero nadie dice que el 45% de los ciudadanos potenciales no participa, ya sea votando nulo, blanco, o no votando. Eso en las presidenciales, porque el rechazo llegó a un 48% en las parlamentarias. ¡Estamos hablando de la mitad del electorado! Entonces, pensar en quitarle unos votos a los socialistas, a los radicales, a los PPD, son pamplinas. La mitad de la gente con la que uno se cruza por la calle está en esa condición; es ahí donde debemos entrar para tratar de encender una expectativa de cambio; no lo voy a llamar una esperanza, porque puede sonar muy grandilocuente, pero sí una expectativa factible, posible, real. La utopía no nos va. Tenemos que tenerla, pero no nos va. Creo que la reconfiguración de la izquierda debe apuntar a ese segmento.

La prueba más cercana serán las elecciones municipales. ¿Se ha proyectado algún trabajo pensando en ese escenario?

No que yo sepa, todavía. Pero deberíamos pensar ahora dónde, qué comunas se van a preferenciar, comenzar a desarrollar liderazgos. Aunque yo soy un simple ciudadano, sin partido, un socialista independiente. No tengo medios ni organización propia. Yo soy mi secretario, mi digitador, portero, cafetero y telefonista (risas).

Alma Chúcara.

El panorama de la Educación. Las tendencias privatizadoras transversales del actual gobierno y el peligro de no contar con un Estado fuerte. Los autoflagelantes de la Concertación.
¿Cuál es su percepción en materia de educación? ¿Se ve una intención del gobierno, o de la derecha, de implantar un cambio doctrinario en esta área? Y respecto al Ministerio en cuestión, ¿qué porcentaje de crédito le da al discurso que insiste en la eficiencia de la gestión del Estado?

altSobre lo último, pienso que el terremoto y el maremoto demuestran la falta de Estado, y que las cosas dejadas a la libre iniciativa individual no funcionan bien. Los edificios cuyas normas de construcción no se fiscalizan, o los bordes costeros que son ocupados por privados, con grandes edificios, son ejemplo de esto. Lo que está claro es que la llamada iniciativa privada, sin el control y la regulación de un Estado fuerte, es depredadora.

Respecto a lo otro, yo tiendo a pensar que la educación está sobrecargada de responsabilidades. Desde que era ministro de la cartera –sin ser un educador- que tengo esa percepción. El mundo ha ido en una dirección en donde la educación se ha transformado en una especie de chivo expiatorio, ya que otros actores pasan colados. Por ejemplo la familia moderna, con ambos padres trabajando; la tensión de las grandes ciudades; las dobles jornadas de trabajo, sobre todo para un país como el nuestro en donde los salarios son muy bajos y las gentes tienen que trabajar como brutos para lograr un ingreso que les permita vivir mejor. Los sectores de punta del crecimiento de Chile, los que promovieron el boom de la exportación, tienen jornadas de trabajo especiales, como es el caso de la pesca, la agroindustria, la minería de altura, la industria forestal. Les cuento esto porque como ministro del Trabajo me toco promover una ley que garantizara un domingo al mes para el trabajador. Sólo un domingo al mes, figúrense, y aún así nos costó mucho aprobarla. Entonces la relación entre padres e hijos, que es una relación educativa, se debilita en este contexto.

Por otro lado están los medios de comunicación, que como elemento pedagógico son muy fuertes pero que resultan desaprovechados pues sólo se trata de entretención.

Está el trabajo de los partidos políticos, que han renunciado a la pedagogía social. Los partidos dejaron de ser formadores. Lo cual recae en las escuelas, liceos y profesores, que tienen que hacerse cargo de todo esto. Es cierto que por otro lado se le ha descargado de algunas responsabilidades. Formar ciudadanos, por ejemplo. Hoy la educación está dedicada sólo a la formación de trabajadores y consumidores.

Yo en este tema me guío por el programa de Piñera; les reitero: yo creo que él va a tratar de cumplir su palabra. Y ese plan, en materia de educación superior, pone en igualdad de condiciones a las universidades públicas y privadas en cuanto a subsidios, créditos y recursos para la investigación. No hay un tratamiento especial. Piñera es partidario de abrirlo a todos los centros de estudios, y es lo que se ha ido haciendo cuando se arrinconan a las universidades públicas, recortándoles los recursos estatales para obligarlas a ir al mercado y vender sus servicios a las empresas y personas para enseñar a los estudiantes. Entonces el sistema educacional va a estar donde esté el elemento iniciativa privada y lucro, como lo está ahora en todo el segmento de temas que quedan en manos privadas. Pienso que eso se va a intensificar, y será interesante ver cómo las entidades públicas, junto a sus académicos y estudiantes, caven una trinchera para defender el sistema público. Quizás es mucho pedirles que logren avanzar, pero sí evitar que se termine de destruir a la educación.

Se puede prever que esta situación se repetirá en otras instancias, como salud, o infraestructura.

Claro, por la vía de las concesiones, outsourcings, las cárceles, las camas compradas al sistema privado. O los mismos hospitales luego del terremoto. Es un modelo que se pretende implantar a todo.

-Recordando el día de la primera vuelta, cuando los presidentes de partidos de la Concertación fueron abucheados hasta que se bajaron del escenario, resulta un momento muy simbólico. Es como el retiro de toda una generación. Próceres del pacto, como Correa o Núñez, por ejemplo, sufrieron ese repudio. ¿Ha pensado por qué usted no llego a esa situación?

Sí, lo he pensado. Yo siempre fui más chúcaro. Para que volviera al piño tenían que echarme a los perros, y eso se ha dado en todos los hitos de mi vida política. Yo fui minoría en lo que se conoció como la Renovación Socialista, un proceso que a mi juicio despojó al colectivo de su sentido original. Después, en la división del PS, también fui disidente. Y fui minoría dentro de la Concertación casi todo el tiempo en que estuve en el gobierno. No pretendo haber sido perfecto. Como en política no hay caminos rectos, sino atajos, uno no siempre elige la ruta ideal. Pero yo siempre fui insurrecto con el tema de la continuidad de la Concertación y la conformidad con sus gobiernos, esto desde hace mucho tiempo. Es una historia que habrá que escribirla, pero los autoflagelantes y autocomplacientes vienen desde el año 1995, 1996, desde que salió el libro de Tomás Moulian, “Chile: Anatomía de un mito”, que fue cuando emergió esta disputa.

Todos creímos que el cambio de liderazgo de la DC a Lagos, el año 2000, iba a cambiar las cosas. También lo creímos con Michelle Bachelet. Y fue una creencia legitima y que ellos también compartían. El primer período de Lagos fue muy interesante, y para qué decir el de Bachelet, aunque finalmente terminaron entregando la oreja.

Bachelet planteo un gobierno ciudadano. Todos se preguntaban: ¿Qué es un gobierno ciudadano? No se trata de definiciones rigurosas; simplemente se incentiva, se promueve y se le otorgan recursos a las personas para que se organicen, para que formen sociedad. Es un gobierno en donde se apura la iniciativa popular de ley, un gobierno donde se tira para adelante el plebiscito. Ése es el gran mensaje de Bachelet, el plebiscito, un mensaje que también entregó en el Partido Socialista. La Concertación tuvo la gracia de resistir relativamente ese cambio de liderazgo, y de abrir nuevas expectativas: la idea de la mujer, por ejemplo, representando un cambio cultural importante. Ahora bien, no hay un momento particular que marque un distanciamiento o un quiebre mío con eso; hay un momento, sí, en que yo salgo del gobierno, cuando estoy en Argentina, vuelvo a Chile y me voy a la universidad ARCIS. De ahí pasan siete años en los que no tengo ningún tipo de relación con el gobierno, a pesar de no haberme ido de la Concertación. Me gusta escribir. Lo que he pensado está escrito; los errores y aciertos están ahí, imborrables.

Ahora, cuando usted habla de Núñez, o de Correa -Germán, por cierto, el otro para qué decir (risas)-, recuerdo que Allende dijo una vez: “Es re fácil ser izquierdista a los 18 años, pero es difícil seguir siéndolo a la edad mía”. Bueno, yo pienso lo mismo. Por eso no estaba ahí. Yo ejercí la política como una vocación, una pasión. Me creo el cuento. No es que no me haya dedicado; en el exilio me dedique al cien por ciento, tuve la suerte de poder hacerlo, de trabajar contra Pinochet. No es que rechace la profesionalización, pero nunca aspiré a enriquecerme con la política, ni con nada en realidad. En fin. Seguí siendo un chúcaro.

Mirando el Mapa.

La crisis del Euro y la situación griega como posibilidad de cambio en el capitalismo globalizado. El futuro de los mercados especulativos. El mapa regional latinoamericano y la dificultad que representa Checoslovaquia para las proyecciones piñeristas.

Hablemos un poco de Grecia y de la crisis del Euro, porque de algún modo es un tema que se relaciona con la idea de desnaturalizar la desigualdad, la exclusión, entre otros fenómenos ligados al capitalismo de libre mercado. Hay dos interpretaciones radicalmente distintas del caso de Grecia, una de los cuales pronostica la decadencia del sistema de especulación. ¿No le parece que este momento sea una buena oportunidad para plantear otras alternativas?

No he seguido en detalle la crisis de Europa mediterránea (que no sólo atañe a Grecia, sino que se extiende a España, Portugal e Italia). Pero lo primero que debemos observar es que los países nórdicos no se ven afectados por ella. Allí donde hay un Estado fuerte, estos países parecen los más indemnes a los problemas del euro. Eso como primera cuestión. Segundo, yo no creo que esta crisis sea terminal. No sé si es un coletazo de la anterior, o una nueva manifestación, pero si hacemos la lista de las crisis que hemos tenido a lo largo de estos años, resultan tremendas. Se repiten a cada rato. El sistema, sin embargo, ha logrado someterlas. De algún modo las paga.

Pero incluso el mismo Departamento del Tesoro norteamericano, que de algún modo es la panacea del sistema, ha reconocido la necesidad de tener algún tipo de control. Esto apuntaría a que es una forma de operar económicamente la que está en crisis.

Lo que pasa es que eso significa introducir nuevas regulaciones, y en eso es en lo que ha estado trabajando el gobierno de Obama. Pero en este sistema, esas nuevas regulaciones y leyes siempre son objeto de elusiones. Todo el mundo empieza de inmediato a pensar en cómo eludirlas. Está demostrado que ante las leyes tributarias y de regulación financiera, la capacidad de los sistemas para inventar circunvalaciones es tremenda. Entonces son regulaciones que siempre hay que estar poniendo al día. Ante eso, en el caso de Estados Unidos, los bancos se hicieron el gran picnic.

Habrán nuevas regulaciones, nuevas crisis. Pero el punto que más me preocupa a mí es el monetario. La sensación que tengo es que el hecho de que se empiece a discutir si el euro sigue o no, puede ser letal. Porque el dinero vale porque uno cree en él. Si usted me acepta un billete es porque cree que se lo van a aceptar, que va a poder comprar algo con él. La base del funcionamiento de la moneda es la credibilidad, y a mí me llamó mucho la atención el debate respecto a la continuidad del euro o que cada país europeo vuelva a su moneda. Eso sería de alto impacto para Europa –un impacto desigual, naturalmente-, porque se les desarmaría todo el sistema y demostraría que ese continente no logró integrar a las economías más débiles, ya que el modelo económico está basado en la especulación financiera que proviene de los países más potentes, básicamente Alemania y Francia, junto a sus respectivos sistemas bancarios.

La maravilla que nos pintan no es tal. Lagos dijo una vez que el 2010 íbamos a ser desarrollados y que tendríamos el sueldo per capita de Portugal. Ahora Piñera nos dice que vamos a llegar al nivel de Portugal y Checoslovaquia. El único problema es que Checoslovaquia no existe (sonrisas).

Eso sería una pequeña complicación técnica. Habría que reinventar a Checoslovaquia.

Claro. Además no es del sur de Europa, como dijo el Presidente (risas).

Ahora bien, en Latinoamérica estamos viendo un escenario de cambio. Santos en Colombia, Macri en Argentina, Serra en Brasil; gentes que son de derecha y que vendrían a romper cierto equilibrio. ¿Cómo ve usted el panorama regional?

Si, alguien me decía el otro día: “daba la impresión de que la ola venía hacia acá (marca la izquierda), pero en realidad parece que va hacia allá (derecha).” En fin. Yo vengo llegando de Buenos Aires. La impresión de los argentinos con los que hablé es que el Frente por la Victoria se mantiene firme y que la oposición va a estar dividida. Ustedes saben que en Argentina, con el cuarenta por ciento de los votos y un diez por ciento de diferencia con el oponente, no hay segunda vuelta. Por lo que no veo grandes modificaciones ahí. Ahora, en Brasil, habrá que ver. Con José Serra, recuerdo, fuimos compañeros en un postgrado en la Universidad de Chile. Aunque el prestigio de Lula es muy grande, en todo caso. El problema es que lo debe traspasar.

Podría ocurrir el efecto Bachelet…

Claro, puede ser. Y en Colombia algo ha pasado, porque las encuestas daban un empate técnico. El problema, al parecer, reside en que dichas encuestas no se han tomado en los campos, y ahí estaría la razón del alza de Santos por sobre Mockus, a quien superó por más de diez puntos. Lo de Colombia es lamentable: Polo pasó de tener un veinte a un diez por ciento de las preferencias, y obviamente la candidatura de Mockus tuvo influencia en ello, ya que le puso un techo a la de Polo. Es lo mismo que ocurrió aquí con la de Marco Enríquez Ominami (MEO) y la mía. Lo de MEO no tuvo influencia en la derecha, sino que le puso un techo a mi candidatura, y a la izquierda en general.

¿Habría un espacio entre la derecha latinoamericana –Chile, Colombia- y el eje Caracas, Quito y La Paz? ¿Un espacio en el medio, como para las izquierdas más débiles?

Claro.

Mire, aquí lo que se juegan son proyectos a largo plazo. Los gobiernos de cuatro años representan plazos cortos. Lo que hace singular al caso latinoamericano es la perdurabilidad de un conjunto de gobiernos que han planteado una línea de izquierda por un tiempo prolongado, como es el caso de Chávez en Venezuela, Ortega en Nicaragua, Correa en Ecuador, y Evo en Bolivia. Me parece que en la historia de América Latina no se había producido una coyuntura similar, de perdurabilidad de una postura radical. Ese es el hecho más importante. Los otros pueden ir y venir, como es el caso uruguayo: Tabaré se puede pasar a Mujica, por ejemplo; habría que ver qué tan distintos son uno de otro, pero ése es un proceso menos profundo. Creo que lo importante es sostener los procesos pronunciados. Yo no puedo decir si la ALBA puede cautivar ahora a otros países; pero si llega a perdurar, es un proyecto que tiene posibilidades en el largo plazo. Eso es lo nuevo: son gobiernos que abren un surco a partir del cual se puede profundizar.

Color Local.

Reflexiones acerca de una cultura política venida a menos y del futuro de Marco Enríquez Ominami en ese contexto. Las posibilidades de la izquierda en los usos de nuevas tecnologías y medios de comunicación. Los méritos de Marcelo Bielsa.

¿Le ve futuro al fenómeno de Marco Enríquez Ominami? ¿Alguna capacidad de crecimiento?

Vivimos en un país en el que la cultura política está por el suelo. Cualquier fenómeno se puede esperar (risas). Pero ciertamente no puede declararse vencido. Si hay recursos, si hay persistencia, puede producirse el crecimiento.

Dentro del discurso post segunda vuelta de MEO, se intuye al menos la posibilidad de fundar un partido político. Faltaría saber cuál sería el sustento y la forma de ese proyecto, considerando que estamos un país que no le da mucha cabida a estructuras que se alejan de los modelos tradicionales.

Esa idea es de las pocas que le he oído que parecen interesantes. Creo que está más cerca de ese universo electoral que no participa y que no se siente cómodo con la política más estructurada y tradicional. Esa es mi impresión al respecto.

La situación de los medios de comunicación parece restringida en exclusiva a un determinado sector político. ¿Cómo aprovechar las tecnologías para que la izquierda cuente con su propio órgano de información?

Yo creo que hay que hacer dos cosas. Sabemos que los diarios de circulación nacional y los canales de televisión están controlados por la derecha; algo parecido ocurre con las radios. Por lo tanto, lo primero es potenciar los medios que la izquierda ya tiene, que son cuatro. Yo estoy suscrito a dos, pienso renovarlas y suscribirme a los restantes. No es un tema ideológico: yo no estoy de acuerdo con todo lo que publica El Siglo, o Punto Final, o Le Monde Diplomatique, o El Ciudadano, pero creo que esos son los cuatro que hay, que han logrado existir con esfuerzo y por lo tanto debemos apoyarlos. En segundo lugar, creo que hay que potenciar muy fuertemente toda la red de medios vecinales, regionales, microradios y estaciones de televisión. Luego está también lo que dicen ustedes: llevar el uso de la web al máximo posible de su rendimiento. Hoy en Chile el uso de Internet es muy fuerte entre los jóvenes, asi que es importante sacarle provecho a todos los instrumentos que van surgiendo: Facebook, Twitter, páginas web; hay que trabajar esas redes.

Para finalizar, estamos a pocos días del comienzo del Mundial de Fútbol. ¿Algunas impresiones?

Yo creo que Marcelo Bielsa ha hecho lo mejor que podía con el material que tiene (risas).

Jueves, 08 de Julio de 2010 18:46

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