Escribir sobre el primer aniversario de la desaparición física de un revolucionario en tiempos no revolucionarios como los actuales, continúa siendo una acción audaz y de resultados impredecibles. Pero hay también personajes que inspiran tanto en los buenos tiempos como en los difíciles y Javier Diez Canseco es uno de ellos.
Quizá esta trascendencia se deba a lo que vivimos hoy en día. Una democracia que se cae a pedazos, donde unos a otros, desde los distintos poderes públicos y partidos políticos se acusan de corruptos, revelando así la corrosión general de la cosa pública. En esta situación brilla el recuerdo de Javier Diez Canseco como un luchador nato contra la corrupción. En pocas palabras, un hombre honesto. Nadie como él para perseguir a los corruptos en el manejo de los asuntos del Estado, es decir, en el manejo de los asuntos de todos. En este punto nos deja enseñanzas fundamentales que empiezan con su honestidad pero que se continúan con su voluntad implacable de denunciar y perseguir a los corruptos donde estuvieran. Sin limpiar la casa, en primer lugar, no hay ninguna transformación a realizar.
No es casualidad que este Congreso, atravesado por los escándalos, no haya podido hasta hoy levantar los falsos cargos que llevaron a la sanción contra Diez Canseco e innegablemente a su enfermedad y final deceso. No ha sido suficiente la sentencia judicial contra la sanción impuesta ni la conclusión de los propios expertos del Congreso de la República de que no había falta, para que el Congreso tenga el coraje de levantar, aunque sea post mortem, la sanción impuesta. Ni siquiera el autor de la iniciativa tiene la valentía personal de proceder. Esta lenidad, sin embargo, engrandece a Javier y hace ver que hasta muerto despierta el temor de los corruptos y los déspotas que prefieren mirar a otra parte y no reparar el daño causado.
Así como su honestidad nos golpea de entrada como su virtud fundamental, que es precisamente la que quisieron mancillar, no cesaremos de recordar lo mucho y lo diverso que pasamos juntos. Había una actitud invariable: su militancia. Fue, en el mejor sentido de la palabra, un militante a tiempo completo. Siempre tenía una o varias ideas frente a cada situación distinta que se presentaba en la política peruana y siempre una campaña política que proponer para llevarlas adelante. Además, esa militancia era el eje de su liderazgo. Llamaba a los demás a militar, con un magnetismo especial, tras esos ideales comunes.
La militancia se ha desprestigiado en los últimos años como ideal de vida y es difícil encontrar esa actitud entre los jóvenes de hoy. Parece ser que la oferta de consumo que nos rodea quisiera robarse también parte de nuestra vida y ella hiciera difícil pensar en las grandes causas y de esta manera en los demás. Sin embargo, no parece haber manera, sino con esta dedicación, de producir los cambios que anhelamos por una sociedad más justa y solidaria.
Javier, en este sentido, era también un ejemplo. El ejemplo de la persistencia. Muchas veces le aconsejamos que se tomara un descanso, que viajara y tomara distancia, pero era incapaz de hacerlo por tiempos muy largos y estaba nuevamente en la lucha.
A un año de su partida los seguimos sintiendo muy cerca porque lo que él representa sigue estando cerca de nosotros. Desde cada esfuerzo por cambiar este país recordamos a Javier Diez Canseco y asumimos su legado para animar a las nuevas generaciones a consumar esa entrega que Javier nos señaló como el camino para un Perú con justicia y libertad.
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