En esta ocasión la expositora fue la compañera: Ximena Vanessa Goecke 1, quien basó su introducción al intercambio de puntos de vista entre los asistentes, en un trabajo de su autoría: “CUERPOS DE MUJERES, CIUDADANÍA Y VIOLENCIA”. A continuación reproducimos un par de párrafos de este documento.
“El 11 de Marzo de 2014 se presentaba una escena inédita a la audiencia nacional: una mujer asumía el cargo Presidencial y, al mismo tiempo, una mujer Presidenta del Senado, estaba a cargo de tomarle juramento. A pesar de que la imagen poseía un gran simbolismo para las mujeres chilenas largamente excluidas del poder político central, y de las optimistas afirmaciones emitidas al respecto por más de algún entusiasta observador, la inusual presencia de mujeres en estos altos cargos del Estado no constituía un triunfo definitivo sobre la tradicional asimetría en la relación entre los géneros en el plano político en nuestro país, sino apenas un hito más dentro de un largo proceso.
En este ensayo, argumentaremos que la promesa de una inclusión activa e igualitaria de las mujeres como ciudadanas en la vida política nacional sigue inconclusa, en buena parte por la persistencia de múltiples representaciones, y prácticas sociales, promovidas incluso por el propio Estado, donde predomina una concepción homogénea y pasiva de las mujeres; clasista, etnocentrista y heteronormativo; y un modelo de explotación económica sobre las mujeres que es funcional al sistema político neoliberal vigente en nuestra sociedad.
Esta concepción, supone una valoración negativa de la inclusión de las mujeres en la política en los distintos niveles y espacios; restringe sus temas y formas de acción política; tiñe sus representaciones en el espacio público, y finalmente, las expone a violencias, simbólicas y físicas, como una forma de control de las transgresiones al modelo estereotipado, como una forma de disciplinar no sólo sus cuerpos, sino a través de ellas, a sus familias y comunidades.
En consecuencia, un cambio en la condición de las mujeres requiere una transformación sociocultural profunda, donde se modifiquen estas representaciones y prácticas, y el establecimiento de una nueva relación entre los géneros y el Estado. Una democracia en la cual derechos y ciudadanía, en un nuevo marco de relaciones de producción y reproducción social que libere los cuerpos de las mujeres para participar de la construcción social.
Durante los últimos años, se presume que vivimos en democracia y de que poseemos una ciudadanía igualitaria entre hombres y mujeres. Esto ha sido reforzado por el levantamiento de una particular forma de concebir los Derechos Humanos, que ha predominado como recurso discursivo en el marco de transición post-dictatorial. Sin embargo, cada uno de estos conceptos tiene una peculiar traducción en la realidad chilena, que dialogan históricamente con nuestro marco sociocultural, y distan aún de ser cercanos al ideal, por lo que deben ser revisados con cuidado para reflexionar acerca de cómo podrían perfeccionarse.
Por otra parte, al llevar a cabo este ejercicio con relación a la historia de las mujeres, tal como lo ha destacado la historiadora Michelle Perrot, es necesario tomar en cuenta que es al mismo tiempo una historia de sus cuerpos, los cuales tienen proyecciones más allá de su materialidad anatomofisiológica, en los planos estéticos, éticos, políticos y económicos. Paradojalmente, a pesar de la materialidad corporal que caracteriza el imaginario acerca de las mujeres, hay que hacerlas aparecer, decodificando discursos: textos e imágenes, representaciones, de manera pluridisciplinaria, y estudiando sobre todo aquellos campos poco indagados hasta ahora, como el de las violencias ejercidas contra las mujeres, y que por “pudor” no se han trabajado suficientemente. A partir de esos rincones se reconstruye su historia.”
En su investigación Vanessa Ximena Goecke trata de la situación actual de discriminación de la mujer.
“No existe una mujer, sino varias mujeres, donde se cruzan raza, clase, edad, orientación sexual, identidades religiosas y políticas… Sin embargo, las políticas del Estado, ignoran esa diferencia.
Una de las claves de esa diferencia tiene que ver también con la situación de esas mujeres como ciudadanas dentro de la economía neoliberal en que vivimos. Muchas políticas parten del supuesto de que hombres y mujeres se encuentran en la economía en igualdad de condiciones, como fuerza laboral y como consumidores. Sin embargo, las mujeres chilenas son asimétricas en la distribución del poder económico también y esto también influye en cómo hacen política, los límites de su participación y en cómo se relaciona la institucionalidad con ellas como ciudadanas. Ellas son las más precarizadas y explotadas en nuestra economía. También son las más afectadas por la pobreza (19,3%)27.
Precarizadas, porque ellas ocupan la mayor parte de la economía informal, casi invisible, naturalizada como manualidades, cuidados del otro, trabajos temporales, ocupaciones no remuneradas en empresas familiares… Con situaciones laborales flexibles, a honorarios, o comisionistas con los sueldos base más bajos. Disponibles para ser obligadas a dejar su carrera, faltar a su trabajo, reducir sus horas, ser despedidas porque supuestamente su sueldo no es el más importante para el hogar (se le piensa suplementaria, una trabajadora barata a quien se puede pagar menos….)
Explotadas como cuerpo, no sólo se consume su energía vital, sino que se les exige un cuerpo estándar: “buena presencia”, uso de ropa inadecuada e incómoda (tacos, faldas cortas, blusas ceñidas). Su cuerpo determina el repertorio de ocupaciones en que pueden emplearse, y el cuerpo y su edad restringen progresivamente ese repertorio y la posibilidad de ser contratadas. No sólo en cuanto a la división tradicional de tareas acorde al género, sino que ciertos patrones corporales les abren o cierran ciertas áreas laborales, de acuerdo a si responden al modelo esperado.
Además, en el espacio de trabajo las mujeres son maltratadas por su cercanía o distancia a un cuerpo no normativo: se les abusa incluso (también sexualmente), se comercia con su cuerpo de niña o de adulta de forma directa (prostitución) o indirecta (como objeto que da valor agregado, al estar disponible mientras se realiza la transacción principal), se le carga la previsión y la salud. Y siguen siendo responsables de una doble jornada laboral, al deber hacerse cargo de la economía productiva y reproductiva doméstica.
Explotadas como mano de obra, realizando trabajos por menos salario a pesar de tener igual o mayor mérito que un hombre. Con límites subjetivos al ascenso o “discriminación vertical”. Cargada de “costos asociados” sólo por ser mujer. Disponible para diversas formas de acoso laboral y sexual. También su condición de debilidad en el marco de las relaciones de pareja es aprovechado como factor productivo (“una mujer separada con hijos vende lo que sea”)
Las instituciones sobre todo púbicas, cuando toman conciencia de su realidad económica adoptan una actitud asistencialista y paternalista que refuerza el modelo de mujer ideal. Con ello, las mujeres son sometidas a varias formas de violencia simbólica al intentar acceder a beneficios. Discriminaciones basadas en su situación de pareja, si tuvo más de una pareja, si tiene o no hijos, su entrada o no al mercado laboral, se le demanda de un hombre responsable detrás, por ejemplo. Se refuerza la idea de que ellas son limitadas, flojas, inconstantes, emocionales y despreocupadas, y su carácter de “ciudadanas incapaces”, imperfectas, a las que hay que proteger o atender por su incapacidad de autosostenerse.
Tal como señala el economista Gonzalo Durán de Fundación Sol, “una verdadera agenda debiese centrarse en consideraciones de calidad de trabajo: políticas que apunten a cerrar las brechas de ingresos (asumiendo que ello significará reducir la tasa de ganancia de otra persona o empresa) y preocuparse en especial de la discriminación grosera que tiene el sistema de AFP (a mismo fondo acumulado, un hombre recibe un tercio más de pensión que una mujer) […y] Atacar de manera decidida el subempleo en general y de las mujeres en particular, que en la última medición INE llegó al 52% del total de trabajos de tiempo parcial28”
Pero sobre todo, una perspectiva de políticas públicas con enfoque de derechos, que considere a las mujeres beneficiarias en cuanto a titulares y no a carentes, en cambio, contribuiría a cambiar esta relación dentro de la economía del bienestar social. Y en algunos casos, esto no implicaría necesariamente diferenciar entre hombres y mujeres, sino que cambiando la forma de enfocar la necesidad, ofreciéndola como derecho del y la ciudadana en vez de como oferta asistencial para las mujeres, se producirían cambios deseables en las relaciones entre los géneros, al alterar un factor que genera asimetría entre ellos como pareja a la vez que reduce la autonomía económica de uno de ellos.
Un ejemplo claro en este sentido son las guarderías: el Estado debería proveer de guarderías con horarios extendidos, por territorio e incluso en instituciones públicas (por ejemplo, en universidades, bibliotecas, gimnasios comunales…) y éstas deberían estar accesibles a hijos e hijas de hombres y mujeres. Los cuidados postnatales deberían ser cargo universal (de hombres y mujeres como titulares de beneficio estatal en cuanto ciudadanos). Y los costos asociados deberían ser asumidos por el Estado con contribuciones de hombres y mujeres por igual. La previsión también debería ser solidaria entre los sexos, independiente de quién vive más.
La economía neoliberal se nutre e incentiva la asimetría entre los sexos. La división sexual del trabajo y la subordinación y explotación del trabajo femenino, es parte de los elementos diferenciales perversos que se utilizan para generar ganancia, minusvalorando la creatividad y el esfuerzo de las mujeres, ofreciéndoles dentro de los bajos valores asignados al trabajo en Chile, el más bajo a las mujeres, sólo en virtud de su condición sexual, y no de su mérito.
Después de todo, actualmente las mujeres chilenas en educación las mujeres están superando ya a los hombres en la educación superior (En IP sobre el 57%, en CFT 62%, en Universidades Privadas 60%, son mujeres, según estadísticas del CNE), titulándose en mayor cantidad (6 de cada 10 titulados en carreras exclusivamente universitarias), antes, y con mejores resultados académicos que sus compañeros varones, a pesar del fuerte sesgo de género que los expertos han reconocido en la primera barrera de entrada a este nivel formativo, la PSU.
Sus capacidades, a pesar de su mérito, son desaprovechados. Los cargos académicos, los espacios de opinión en columnas y medios de comunicación (83%), los postgrados (60%) y la dirección de la mayor parte del poder ejecutivo, legislativo y directivo (70%) también se concentra en los hombres”.
1. Ximena Vanessa Goecke es Bachiller en Humanidades. Licenciada en Historia y Educación. Profesora de Historia e Inglés. Magister © en Género y Cultura, Universidad de Chile. Investigadora y Consultora del Centro de estudios Socioculturales CESC.
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