Tomás Borge
El editorialista del diario de la derecha - desertor de la ideología marxista - esta poseído por la fantasía. Parece un especialista en la lógica del absurdo. Lo ocurrido, en días recientes en Ecuador, no fue la tentativa de un golpe de estado, - vocifera –fue una provocación insensata de Rafael Correa.
Correa – según este progenitor de fantasmas –estaba “cosechando lo que ha venido sembrando desde que tomó el poder.” Correa, dice, es “intolerante y violento”. En Ecuador, dicho sea, por decir algo –igual Nicaragua - no hay presos políticos, desterrados o cualquier otro de los pecados propios de gobernantes intolerantes y violentos.
Conozco, desde hace varios años, al Presidente ecuatoriano. Durante la toma de posesión del actual mandatario chileno el palacio, donde se realizaba la ceremonia, se estremeció con un terremoto. Uribe, presidente de Colombia, huyo hacia la salida, aterrorizado, mientras el ecuatoriano sonriente miraba las lámparas tambaleantes, sin asomo de temor. No tuvo miedo, me aseguro después.
Correa tal vez por su consecuencia ideológica ó porque así nació, es valiente. Cuando se produce la bien montada protesta policial se trasladó, con su habitual arrojo, al centro mismo de la rebelión para hablar con los supuestos descontentos, quienes lo insultaron, lo agredieron, lo secuestraron e, incluso, en algún minuto dramático tuvieron la evidente intención de asesinarlo. En el mismo momento una parte de la fuerza aérea del ejército ecuatoriano, tomó varios aeropuertos – según informo CCNN – en el universo de una conspiración destinada, sin duda, a derrocar por la fuerza al carismático y progresista gobernante ecuatoriano. Se quedaron agazapados con sus colmillos siniestros esperando el momento que, gracias a Dios, no llegó.
Minutos después del ultraje el pueblo desbordó calles y avenidas respaldando la democracia participativa, dueña ahora de la tierra donde nació mi generala Manuelita Sáenz.
Fueron los primeros pasos para el escupitajo, agresivo y cobarde de un golpe de estado, donde la derecha de todos lo días y lugares estuvo presente. El militarote, Lucio Gutiérrez, destinado al destierro y al olvido, por demagogo, ladronzuelo y otras categorías parecidas, era vitoreado por los policías y otros conspiradores de una eufórica derecha que se orinaba de alegría por lo que ellos creían era el fin del gobierno de la revolución ciudadana. Por supuesto la derecha de todo el continente, incluyendo la de Nicaragua, estaba a punto de bailar cha cha chá y de emborracharse con champan. Están dolidos – y así se refleja en el editorial, escrito por el desertor – dado el fracaso de la conspiración. Pobrecitos. Ecuador no es Honduras. En Nicaragua, no es posible un amago semejante. Ni con la habilidad de un mago podría realizarse el sueño de algunos insensatos que desean, con fervor de pulpito y otros infaltables desvaríos de los cortesanos del imperio, dar un golpe contra el gobierno de Daniel Ortega.
Rafael Correa, en ningún momento se acobardó. Aturdido y medio asfixiado por bombas lacrimógenas, con serias dificultades por dolencia de una de sus rodillas, aquel hombre mantuvo la frente en alto, la mirada brillante sin el menor asomo de alarma. Lo que el periódico de la derecha llama arrogancia fue, ni más ni menos que la demostración de un extraordinario coraje, una sorprendente valentía. Nuestra admiración por su bravura, su serenidad, su integridad ideológica. Nuestra gratitud, agrego, por el cariño que le tiene a Nicaragua, a su música y al FSLN.
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